La espiritualidad de los Franciscanos de María, lo que anima y motiva a todos los que pertenecen a esta familia espiritual, es el agradecimiento. Hemos comenzado por creer y por conocer el amor de Dios. Hemos creído en él y lo hemos experimentado en nuestras vidas. Por eso nos hemos decidido a amar al Amor y también a hacerle amar. Esta es, pues, una espiritualidad de respuesta. Dios tiene la iniciativa y nosotros, contando con su gracia, sólo queremos devolverle algo de lo mucho que nos ha dado. Pero queremos que ese “algo” sea lo más posible.
Este camino de espiritualidad no es un camino de mínimos, no es un camino donde estamos regateando a Dios lo que vamos a darle para ver si podemos contentarle con algo menos y "comprar", al precio más barato posible, la salvación. Los que hemos elegido este camino porque hemos creído que así lo quería el Señor, quisiéramos tener más para darle más, pues somos conscientes de que de Él viene todo lo que somos y tenemos y que Él se merece todo. Las personas que forman parte de esta familia espiritual lo hacen libremente. Es una elección que han hecho ante Dios y ante su conciencia. Libremente, pues, optan por seguir un camino que les va a conducir a la santidad, como ha reconocido oficialmente la Iglesia, y que les lleva a amar cada día con mayor empeño a Aquel que les ha amado tanto. Los que no sienten este deseo de darle a Dios el máximo posible, no están preparados para la consagración dentro de esta familia espiritual.
Este Reglamento, complemento práctico de los Estatutos y basado en ellos, ofrece a los laicos consagrados de los Franciscanos de María unas pautas concretas que les ayudarán a cumplir con los compromisos que asumieron cuando llevaron a cabo su consagración a Dios dentro de esta familia espiritual. Estas normas son de obligado cumplimiento y no son meras orientaciones, por lo que deberán ser llevadas a la práctica con honestidad y el máximo empeño; sin embargo, fieles al fondo de nuestra espiritualidad, la aplicación de las mismas deberá hacerse sin agobios, pues Dios no quiere que andemos angustiados o que el deseo de servirle nos provoque angustia o escrúpulo; hay que hacer lo que se puede, todo lo que se puede y nada más que lo que se puede. Este Reglamento es, pues, un servicio para ayudar a responder a la pregunta que le hizo San Francisco a Jesús: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Ahora la pregunta se la hacemos nosotros, e insistimos en hacerla sin que nadie nos obligue a ello, porque queremos amar a Dios con todo el corazón. Y la hacemos con la actitud de la Santísima Virgen, aquella que dijo de sí misma que era “la esclava del Señor”. Este Reglamento es, al menos, una parte de la respuesta que el Señor da a nuestra pregunta.